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miércoles, 10 de agosto de 2011

Poeta en dispersión (por Damián Amiano para La Nación)







Sobre el escritorio, entre una pila de libros, CD, papeles y otros objetos, hay un bufoso. ¿Es de verdad? "Todo lo que hay acá es de verdad", dice Alberto Muñoz, con el humor grave que lo caracteriza.


A los 60 años, Muñoz continúa siendo un artista inclasificable, un poeta que se dispersa en diversos tipos de experiencias, buscando la realización efectiva de sus poesías. Su primera andanza fue la creación de MIA (Músicos Independientes Asociados) en 1976, junto a la familia Vitale. Fue una señal de independencia para el rock argentino.


Por supuesto, están sus libros. El naturalista es el último de una extensa lista, en la que figuranAlmagrosa (1981), También los jabalíes enloquecen (1998) y Trenes (2004), por nombrar sólo algunos. Con Eduardo Mileo es coautor de Dos épicas y de Misa negra y con Javier Cófreces, deVenecia negra , Canción de amor vegetal y Tigre . Con Mileo y Cófreces creó Ediciones en Danza, que en estos días celebró sus diez años con la presentación de la poesía completa de Jorge Leonidas Escudero.


Pero la poesía de Muñoz encuentra otras maneras de hacerse presente: en la composición de obras musicales en formato de CD, como El gran pez americano (1987), Los últimos días de Johnny Weissmüller (1996) y La pasión según los hipopótamos (1998); en la puesta en escena de piezas de teatro musical, como La compañía mágica del circo, que llevó adelante con MIA en 1980, y Kapelusz! (1997); en la creación de un programa para chicos, Magazine For Fai , junto con Mex Urtizberea, y en la colaboración en la redacción de guiones de exitosos programas de TV, comoOkupas . Quedan muchas cosas en el tintero. Pero lo que nunca queda afuera de su obra es el humor. Un humor exigente y reflexivo que también aparece en esta charla, inevitablemente dispersa.


-¿Cuándo aparece el cruce o, mejor, el entramado entre la palabra y la música?


-Cuando yo era muy chico ya escribía. No lo sabía, porque aquello que yo hacía no se llamaba, no tenía un nombre. Yo practicaba una cosa muy extraña que era mover la mano derecha con una lapicera de pluma y llenar hojas y cuadernos, hojas y cuadernos, y ya tocaba el violín, instrumento que aborrecía. Entonces mi madre me dijo: "¿Por qué no hacés canciones para D'Arienzo?" Como vio que yo escribía música, se le ocurrió la idea brillante de que compusiera para él. Entonces el nombre de Juan D'Arienzo se asoció con otro que para mí fue el más importante de toda mi infancia: Franklin.


-¿Por qué Franklin?


-Yo había encontrado un librito de la colección Billiken que se llamaba Franklin . Ahí leí que él había inventado el pararrayos. Entonces el mundo estaba dividido entre rayos y pararrayos. Bueno, el del pararrayos era Franklin y los del rayo eran todos los demás. A ese nombre se sumó el de D'Arienzo. Yo empecé a escribir como loco canciones para él, pensando que las iba a cantar... Mucho después supe que era director de orquesta. Te podría decir como broma, o no tanto, que sigo componiendo canciones para que D'Arienzo las cante.


-¿Por qué te hicieron estudiar el violín?


-Tocar el violín me daba mucha vergüenza. Nadie en el barrio lo sabía. Cuando yo era chico estaba en auge el folklore. Todos tocaban la guitarra o el bombo. En mi escuela, un año más adelante, estaba Pappo Napolitano. Tocaba el bombo con dos compañeros míos que tocaban la guitarra y cantaban: para mí eso era la música. Yo me metía en un barril de petróleo dentro del mar a tocar el violín para las ballenas, solo. Eso me generó odio a la música. Tardé mucho tiempo en deshacer ese nudo. ¿Sabés qué pasaba? Hacía cinco años que tocaba el violín y no podía entrar en el coro de la escuela por desafinado. Yo leía música, pero no escuchaba lo que tocaba? Por eso, para mí, el profesor de violín era una especie de Ajax porque, sin mirarme, me decía "No, eso es do sostenido". Yo me preguntaba cómo hacía para saberlo si ni siquiera estaba leyendo la partitura.


-¿Cuándo empezaste a cambiar eso?


-Nunca. No puedo escribir música, lo he intentado mil veces y tengo una profunda admiración por los que lo hacen bien. Yo puedo construir mucho y variado, pero escribir no. Si me preguntan qué quiero hacer en mi vida, mi respuesta es "escribir bien partituras". El próximo disco, que saldrá en unos meses y se llama El puente de las tetas , siento que es lo más alto que pude hacer musicalmente. Lo logré porque estoy asociado con un amigo del alma, Diego Vila, que tiene una escritura extraordinaria. Compusimos canciones de cámara bien orquestadas, pero el lenguaje es prostibulario. Se produce el encuentro de una música de un nivel altísimo con un lenguaje tremendo, y está todo cantado por mujeres.


-Tus libros nunca están compuestos por poemas sueltos. Son escritos a partir de una, dos o tres temáticas o conceptos. ¿Cómo aparecen?


-Hay una figura para responder esa pregunta: la del pescador y la tejedora. Todo el tiempo pienso en esa imagen. El pescador sabe dónde hay que pescar. No pesca al voleo. Pone los anzuelos adecuados, la carnada adecuada, y espera. Tira y espera. Y la caña se va a otras aguas, a pescar otra cosa, una materia y una imagen. Yo siempre ando pescando. En la larga tradición oral de los griegos estaban los rapsodas, que cantaban a Homero, y las mujeres tejían las batallas. Mientras los hombres las contaban, ellas las tejían. Las palabras se las lleva el viento pero en el telar quedan. Por eso en el canto VIII de la Odisea , Ulises, que va de incógnito camino a su casa, se detiene en un pueblo donde hacen una gran fiesta. En un momento aparece un rapsoda y empieza a cantar las aventuras de Ulises. Él se tapa la cabeza con un paño para que no lo vean llorar, porque están cantando lo que él vivió, y cerca de la mesa están las tejedoras. Yo con esas dos imágenes resuelvo el problema. Primero estoy a la pesca de algo y después veo cómo se teje eso. A veces un poema se teje muchísimo mejor que una canción. Esa dispersión, que en algún momento pudo ser una herida, es la puerta con la que cuento hoy para salir, a un balcón o al abismo.


-¿Eso se comparte también al escribir con otro?


-El único secreto es saberse leer, ceder, renunciar a la marca de cada uno.


-¿Cómo es el trabajo de tu editorial?


-Me gusta creer que Cófreces es la cabeza y que Mileo y yo estamos atrás con los Winchester, tratando de que el desierto no avance.


-Y llegaron a los cien libros en diez años.


-Cien libros, una barbaridad. ¿Viste cuando uno dice que la poesía no se lee ni se vende y vos tenés la sensación de que todo está en orden? No te olvides de que hasta la publicidad es poética. ¡Guardemos el orden! No se vende, pero levantás una piedra y hay un poeta. Levantás otra y hay un lector. Está bien que todo siga así. Fijate que hay escuelas de danza, de pintura y de música, pero no hay escuelas de poesía. A nadie se le ocurriría poner una escuela de poesía. Bueno, festejémoslo. El lugar de la poesía es justo. Lo que sí debería suceder, y por eso hay que luchar, es que en los últimos años de sus vidas los viejos poetas sean bien tratados, muy bien tratados. No dándoles medallas de bronce, sino plata, toda la que merezcan, toda la que necesiten, y que se editen sus obras completas. Por eso, el orgullo más grande que tenemos, es el de haber publicado la obra completa de Jorge Leónidas Escudero.


-Sos un poeta que encuentra distintas maneras de realizar la poesía. No sólo en un libro sino haciendo radio y música, y que en todo momento exige la participación del oído como receptor. ¿Cómo nace ese concepto?


-Nosotros podríamos pensar que ésta es una era del ojo. O sea, que es el ojo el que está excitado. El fenómeno interesante es que ahora una de las cosas que más excitan el ojo es la música, cuando la música siempre estuvo para excitar el oído. Es un fenómeno muy propio de esta época. El oído está hoy muy por detrás del ojo. Pascal Quignard dice, en un libro extraordinario que se llama El odio a la música , que las orejas no tienen párpados.


-En ningún momento pueden interrumpir la llegada de información...


-Exacto. Por eso mismo uno no tiene que escuchar demasiado a la madre... El párpado es una defensa frente a lo que es excesivamente luminoso, o un poco más luminoso de lo que uno puede soportar. A mí siempre me llamó muchísimo la atención que la frase que más frecuentemente dice uno para contar que fue a un recitales sea: "Fui a ver a Fulano de Tal", como si la fiesta, el encuentro con mucha gente, fuera más acontecimiento que el lenguaje mismo de la música. Es un fenómeno de la época: a mí me descompone.


-Tal vez haya un cambio de roles: los espectadores pagan una entrada para ser protagonistas.


-Lo que estoy diciendo no es un discurso moral. Quiero decir: soy un hombre del siglo pasado, como vos y como casi todos. Entonces, cada vez que hay que hablar sobre los nuevos acontecimientos, estamos levantando el dedo para decir "antes no era así", y no se trata de eso, sino de tratar de comprender lo que ocurre, de hacer una lectura crítica. Indudablemente, los jóvenes comprenden ese fenómeno e intervienen sobre él. A mí me cuesta comprenderlo porque la única relación que yo he encontrado en mi vida entre el ojo y la música es la partitura, una hoja escrita que hay que leer. Por eso digo que la idea de la música como espectáculo visual es muy interesante, no una batalla que haya que librar a favor del oído. Ya se ha demostrado en la historia el pasaje del ojo al oído en la cultura griega y en la cultura judía. Los griegos apaleaban a los ciegos porque les parecía inconcebible que alguien no pudiera ver a los dioses, mientras que en la cultura judía se privilegia el oído, porque no hay nada por ver y es necesario escuchar la palabra de Dios. Evidentemente, esa pendulación entre el ojo y el oído continúa. Tal vez dentro de 50 años todos seamos ciegos?


-O no haya nada para ver?


-Es un tema muy interesante. Probablemente, uno de los hechos milagrosos que hay, porque los milagros sin duda existen, pero son otros, es el beso. Bueno: el beso hace cerrar los ojos. El que besa y no cierra los ojos espía, y los acontecimientos del amor no se espían. Cerrar los ojos significa el abandono de la mirada. Se exploran otras cosas. Y otro de los milagros cotidianos que se practican -porque los milagros además se pueden practicar- es la conversación, en la que uno debe ejercer la atención auditiva. Cuando vos conversás hay dos movimientos: cuando estás diciendo, tenés que escucharte, pero cuando el otro habla tenés que ser casi puro oído, y no intervenir con el famoso "a mí también me pasó".


-Eso estaba implícito en tu programa de radio, La panadería , en el que el público participaba sólo poniendo el oído, porque no podía hacerlo ni con mensajes ni con pedidos.


-Sé que es un disparate, pero ese programa lo hacía para que fuera escuchado. Había oyentes que dejaban mensajes con quejas porque no se pasaban mensajes al aire. Era un emisor constante, fácil de reducir con sólo estirar la mano derecha y cambiar el dial. Pero ahí se leía, por ejemplo, toda la acusación a Spinoza, textos completos de Galileo, además de la mayor cantidad de poemas posible. Pero algo pasaba con eso. Es decir: había una cita para escuchar. Una cita para el oído.


-¿Cómo concebiste El naturalista ?


-A partir de tres imágenes distintas. Siempre tuve una enorme admiración por los viejos naturalistas, por los dibujos que hacían. Yo quería crear otro naturalista, alguien que llegara de manera diferente a los insectos y a los animales. Al personaje ya lo tenía compuesto porque me salió en un poema que se llama "No estoy en condiciones de cantarle a las ballenas". Pero era un naturalista desquiciado, ya perdido, y no quería escribir sobre un naturalista desquiciado. Entonces trabajé sobre su juventud. La segunda parte, "Celan en la espera", fue por una imagen que tuve hace años en mi casa del Tigre, donde vi a Paul Celan sentado en el banco del muelle. Obviamente, no era el poeta, pero yo lo vi. Me hizo un gesto como de querer un vaso de agua, y ahí sentí que ya estaba. Había que salir a tejer. Y así recorro la isla con él mientras le alcanzo el vaso de agua. El tercer texto, "El granadero musical", también nace de un recuerdo emotivo muy importante, cuando un amigo de mi padre, para un cumpleaños, me regaló un granadero de lata al que se le daba cuerda en la espalda para que tocara el tambor. Ese poema trabaja sobre el juguete, pero también sobre los granaderos que me llevaba a ver mi madre, los que estaban en la puerta del Cabildo y que me daban pánico, porque no se movían, no hablaban. Yo le pedía a ella que les hiciera preguntas, pero mi madre me decía: "No se les preguntan cosas a los granaderos".


-Te saco de la producción reciente. ¿Cómo ves MIA hoy?


-La experiencia de MIA fue estructural en mí. No tanto por lo exclusivamente musical, porque yo no hice un buen trabajo musical dentro de MIA. Mis compañeros eran muchísimo mejores que yo. Lo que más me gustó fue el disco con Liliana Vitale. Entonces dije: eso es lo que quiero hacer. Digo "estructural" en el sentido de que un grupo artístico puede producir una movida cultural bajo las espadas, los sables y los Falcon en todo el país, sabiendo que éramos trenes rigurosamente vigilados. Y la experiencia de los músicos independientes, que sacamos del teatro independiente, era un sueño. Es el mismo sueño que tenemos hoy con Mileo y Cófreces con la editorial, porque era imposible tener una editora de discos propia. Vimos que todo se podía. Eso, para mí, fue educativo. Fue la única experiencia de la que obtuve una educación cívica. Obvio, pasaron muchos años y ya no pienso así: uno mira las cosas más críticamente.


-Pero había algo especial.


-¡La gente compraba por anticipado un disco que ibas a grabar! Lo pagaban y esperaban. Lo que se producía ahí era confianza ciega. Nadie estafaba.


-Y nadie sospechaba que pudieran estafarlos.


-Y sin embargo, esa experiencia de MIA no figura en los libros de rock. Y a esta altura eso es sospechoso.


-También se da el hecho de que tus discos son inclasificables. Eso resulta problemático dentro de un mercado tan estructurado como el nuestro.


-Hay un fenómeno que yo no supe interpretar nunca. Cuando había casas de música, mis discos estaban en una góndola que tenía el rótulo de "Varios". Empecé a sospechar que lo que yo hacía era "varios"? Lo único que me causaba cierta sensación dolorosa era que mi colega en la batea era Corona, y no Spinetta. Pero, en verdad, nunca tuve conflicto con eso. Me gusta no estar en ningún lugar estanco. Sigo esperando que D'Arienzo cante un tema mío. En principio, que me llame, porque tengo que ver si yo acepto. Ya estamos grandes, él y yo.

MIRAR A UN LEON CAUTIVO


Está ahí, como una enorme bolsa de dinero, entre la indulgencia y los regalos que Dios le ha dado para alegrar su círculo pavoroso.


Preparan una foto con África de fondo: son niños japoneses de visita en nuestro país.


Ninguno de los niños tiene actitud de cazador. El fondo africano está pintado por ellos y desearían un rugido, pero su cuerpo inmóvil descansa y sueña. Sus gestos japoneses son para provocarle el rugido, ¡qué mejor entrega escolar que su amenaza sobre el decorado de témperas! Pero se resignan; nada habrá de mover su ejemplo rubio y fáustico. Cae una piedra cerca de su hocico. Los niños japoneses miran al agresor, es un hombre entre tantos que ha querido colaborar con la fotografía. El animal levanta su cabeza monumental y nos mira. Tenemos miedo. Actuando como ese cualquiera, los que presenciamos la escena tomamos piedras del suelo y las arrojamos contra el espantoso decorado africano para que los niños japoneses se vuelvan a Japón y dejen de joder a nuestros leones.

CELAN EN OTOÑO


Estás aquí, Celan, en este río que de lejos parece la media de un difunto. Leo en voz baja uno de tus libros frente al agua fresca y disciplinada (como la cabellera de tu madre).


Se abre tu camisa blanca que exuda, lo de adentro parece cuarzo.


Esperando un cargamento de maderas desde el puerto de frutos llegó por agua la noticia de tu muerte, flotaba de muy lejos sobre un río podrido y parisino.


Voy a alcanzarte un vaso de agua. Mañana remaremos por el Caraguatá envueltos en las primeras lluvias del otoño.


Hay en este día una mancha de oro resplandeciente. Tuya es la savia, Celan.


El naturalista (Ediciones en Danza, 2010).

martes, 9 de agosto de 2011

El hombre que buscaba tesoros (por Rodolfo Edwards para Revista Ñ)






Se publica la obra completa de este autor sanjuanino secreto y periférico que logra trabajar sobre el lenguaje en busca de transgresión. Aquí, un análisis de su poética.



Oculta entre las piedras, la poesía del sanjuanino Jorge Leonidas Escudero es una gema tan valiosa como inefable. Emulando unos de los oficios de Escudero, el de buscador de oro, un equipo encabezado por Javier Cófreces recopiló todos los libros del poeta sanjuanino, editados desde 1970. La edición también incluye trabajos inéditos y un apéndice documental.


El autor comenzó a publicar recién después de cumplidos los cincuenta años; su primer libro, La raíz en la roca fue publicado en 1970, al que sucedieron más de una veintena de obras. A través de estos cuarenta años, el nivel de calidad de sus poemas se mantuvo inalterable, hecho inusual en una trayectoria tan dilatada. Como los grandes poetas, “Chiquito”, como lo llaman sus amigos, construyó un lenguaje intransferible y fundante, creando un espacio que se cierra sobre sí mismo y que, sin duda, dejará una marca indeleble en el corpus de la poesía argentina. César Fernández Moreno decía que un poeta debe escribir con la suficiente contundencia para que cada verso propio pueda ser usado como epígrafe por otro poeta. Escudero casi logra plenamente ese objetivo.


Afirmándose en su terruño y esgrimiendo la nobleza de la juglaría, encuentra su materia prima en el habla de la tribu, aprovechando al máximo las transgresiones sintácticas y sónicas que se producen en los espacios conversacionales, para usarlos a favor de la poesía. El uso coloquial de la lengua, marcado por el fraseo interrupto y la incompletud morfológica, dinamiza el lenguaje poético, potenciándolo musicalmente: “Pero es que se me encanta el suburbio,/gambetear bocacalles, cabecear la luna/(siempre que esté, claro). Necesito/exhibir un juego bonito y tribunas aplaudan”, dice en “Nocturno”. Como si fuese un ángel de Las alas del deseo del alemán Wim Wenders, Escudero “asiste” a sus criaturas en los momentos más dramáticos: “Se dirigió a un banco de plaza/y parecía caso especial/porque venía hablando solo./Yo que le auscultaba los rastros/por si pedía asistencia,/me le puse atrás cuando lo vi sentado (...) Por eso es que actué de comadrona/aquella aviesa noche: lo tomé de los hombros con mi filosofía/y le hice hacer un giro auroral de modo/que el sol apareció normalmente”, expresa en un poema de Los grandes jugadores , colección de textos que narran la pequeña épica de los “timberos”.


Varios tópicos asoman en la poesía de Escudero, pero el amor, los juegos de azar y el mundo de la minería ocupan un lugar preferencial. Como sucede en toda buena poesía, siempre hay una torsión lingüística que hace reverdecer temas muy transitados. Habita en Escudero una voz lejos de la estridencia, ligera pero profunda, amiga del murmullo de los riachos quietos, tan comunes en el paisaje sanjuanino, donde el agua cristalina dejar ver la unanimidad de la piedra. Pero el agua sumisa esconde caudales invisibles, hervideros de verdades, ígneas revelaciones. De eso se trata: de pulverizar la piedra de tanto mirarla, de ablandar el mundo con poesía, con movimientos simples, de contragolpe letal.




Poesía y minería 


Alquimista de la palabra y de la materia, en los textos de Escudero se percibe la correlación entre la poesía y la minería: las dos disciplinas se constituyen a partir de una obsesión por la búsqueda; palabras y piedras son términos equivalentes en el sistema poético/vivencial de Escudero, se constituyen en razones y motores de un destino. “Ultimamente soy culpable por abuso indebido de buscar”, confesó, reafirmando su plataforma ontológica. El chileno Pablo Neruda y el peruano César Vallejo, por las mismas vértebras de los Andes, también escarbaron la pedrería. La imbricación de la piedra con el hombre, funciona como clave para leer la historia americana. En la poética de Escudero, el repliegue es hacia lo íntimo, hacia la intrahistoria, la de seres anónimos, llena de hechos nimios pero cargados de electricidad como esas nubes que aparecen antes de la tempestad. En ese sentido, la poesía se transforma en una caja de sorpresas, en una baldosa floja que salpica apenas se la pisa, en un territorio minado de moralejas populares.






El cronista cuyano


Ajeno a modas, escuelas o tendencias, su poética guarda una relación directa con materiales mundanos, muestra todo el tiempo una asunción plena del rigor del destino. Fuera de las presiones impuestas por el canon, Escudero se jugó entero por su patria chica, sabiendo, como los sabios, que la velocidad de las cosas sólo se puede aplacar con una piedad infinita, con una ardiente paciencia y serenidad de espíritu.


Como un Sócrates cuyano, Escudero presta oreja y pluma al devenir comunal, partero de almas, cómplice y amigo. Pequeñas biografías, semblanzas pueblerinas, detalles banales del vivir le sirven de andamiaje para desplegar planteos metafísicos, fábulas de inocencia aparente que arman constelaciones, se agrupan y se desbandan, se quiebran y se rearman. Complejo pero nunca oscuro ni hermético, desanda el poema con banderas claras, encabritado pero elocuente.


En su poema “Juego de fotos”, juega un solitario con fotos viejas. “Empiezo, pongo sobre la mesa a mi hermana Margarita/y al lado a dos amigos muertos/debajo al Loco Desiderio (el que creía ser caballos y trotaba azotándose las verijas/Pongo a mi tío Teodoro junto a su automóvil 1920 y enseguida yo, montado en un burro,/cuando de niño salí a conquistar el mundo”. El pensamiento rodea a las cosas para examinarlas minuciosamente hasta sonsocarles sus secretos. Los objetos inanimados se magnetizan de energía humana, hablan desde su mudez aparente. Un naipe, una piedra, un árbol, son compañeros de camino, pasto del símbolo y la metáfora, mientras que la memoria es un agente creador, una máquina de engendrar. Escudero diseña planes para la búsqueda del tesoro con incesante fervor. La narración de esos caminos, de esos arroyos caprichosos, tiene niveles ascendentes y descendentes; de los subsuelos a la superficie, del suelo al cielo, la poesía estalla como un géiser, omnívora, palpable pero también intangible, hundida en la perplejidad y el asombro.


A pesar de cierto tono irónico que campea en los poemas, Escudero nunca se deja ganar por el cinismo ni por la ausencia de fe. El núcleo siempre es el hombre intervenido por el lenguaje, definido por las palabras que le visten el alma desnuda. Pequeñas unidades narrativas arman un panal donde Escudero pone en suspensión pedazos del mundo. Entre la reflexión y la paradoja, el efecto es embriagante; por secretas alquimias, entre zumbidos pícaros y ladinos, se entra a otras dimensiones, en medio de un festín sónico lleno de palabras averiadas, dominadas por el vértigo del decir.






Música y documentales


Escudero pintó su aldea, sin necesidad de pasar por Buenos Aires ni por ningún otro lugar de consagración literaria. Sin embargo, como las aguas del Cuyo natal, su poesía supo abrirse camino y paulatinamente se fue rompiendo el cerco que lo confinaba a ser un poeta secreto. En los últimos años su persona fue objeto de reconocimientos varios como el título de Doctor Honoris Causa que le otorgó, en el año 2006, la Universidad Nacional de San Juan. En un reportaje del Diario de Cuyo de San Juan, opinó sobre estas distinciones: “Le voy a ser franco, yo soy –como dicen ahora– de perfil bajo. Me gusta estar con mis amigos, escribir mis poemas, tener una vida sencilla. Y estas cosas me sacan de quicio. De todos modos es algo inevitable, porque no puedo contradecir la opinión de los demás.” Varios músicos, como José Luis Aguado y Pablo Maldonado compusieron canciones en base a sus textos. Su obra también despertó el interés de documentalistas que trataron de reflejar en sus filmes las intimidades del poeta cuyano dentro de su ámbito natural.


Hojas quemadas de Manuel Lara, Las partes del todo San Juan , de Manuel Saiz y Oro nestas piedras , un trabajo en conjunto de Cristian Costantini, Leandro Listorti y Claudia Prado ya disponible en dvd, contribuyeron a la difusión de la figura de Escudero.






El empecinao


En el libro Verlas venir (2002), hay un poema titulado “El empecinao” que focaliza en un personaje el tema de la búsqueda. En su ensayo “Hamlet y sus problemas” T.S. Eliot definía el correlato objetivo: “La única manera de expresar la emoción en forma de arte es encontrando un ‘correlato objetivo’: un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que habrán de ser la fórmula de esa emoción concreta”. De la misma manera, Escudero acumula capas de acontecimientos y situaciones hasta lograr el efecto buscado. En “El empecinao”, traslada a un buscador de oro, toda el ansia de su búsqueda personal, intercala en una biografía un itinerario, un mapa de ruta, el arco que traza una vida en el tiempo: “Aquí anduvo un tozudo hombre buscando,/en esta altivez de los cerros sanjuaninos/el fabuloso tesoro que cuentan era para el rescate del inca Atahualpa:/ siete cogotes de guanaco pupudos de oro.” En esta primera estrofa aparece el motivo de la búsqueda mientras que en la segunda se nos presenta su encuadramiento temporal, las huellas que los años dejan en el cuerpo y el empecinamiento, centro neurálgico de la poética escuderiana: “Muchos años vino a buscar tal riqueza/y se le puso la barba blanca de no encontrarla;/pero firme en su idea/no cejaba de llevarla entre ceja y ceja.” En la tercera agrupación estrófica, se enuncia el sueño y el proyecto; de su no concreción, de su suspensión indefinida, depende el estado de felicidad y alegría: “Nos hicimos amigos y en mis adentros/lo bauticé El Empecinao, justamente/porque cada vez que me lo topaba en el cerro / me hablaba de su sueño y sonreía feliz”. En la estrofa que cierra el poema, se conjetura la muerte (real o simbólica), único agente destructor de la búsqueda y los sueños: “Pero el verano este ya no vino/y el anterior tampoco./Sospecho que murió directamente/o algo peor todavía, que se desempecinó, y al perder la alegría de buscar el tesoro/quedó muerto en vida.” Como Sísifo, el buscador de oro sufre una condena de piedra. En Verlas venir hay un prólogo de Escudero donde se sincera: “Y sí, a las palabras que siguen las vi venir desde el fondo de nosotros”. Este concepto define claramente la poética de Escudero, su ostensible compromiso con los otros, su “yo poético” definitivamente disuelto en el “nosotros poético” como una ofrenda de amor fraternal. “Mi hambre última es de lo que aún no he visto”, dijo también el pequeño gran minero, por si alguno no entendió todavía de qué venía la cosa.

viernes, 15 de julio de 2011

Jorge Leónidas Escudero: En busca de la palabra absoluta (por Silvina Friera para Página 12)







El volumen incluye desde su primer poemario, La raíz en la roca, hasta el último, Aún ir a unir, más una yapa: siete poemas inéditos. La publicación confirma la radical originalidad de una obra poética que se niega a ser encorsetada en una línea estética.

Por Silvina Friera

El viento balbucea que todo es posible. Acicateado por el eco de un hambre eterna, ese tesoro apodado Chiquito es uno de los más grandes buscadores de la poesía argentina. Un gigante sencillo y humilde que no ceja en su afán de dar con la palabra “absoluta”. A los jugadores que pueblan sus mejores páginas, “le mataron la flor con el macho de espadas”. Aunque no sea ésa la ley del truco. Poco importa: juegan a fondo las cartas de la vida sin que la seguidilla de pérdidas erosione las ilusiones, sin que la rueda se detenga. La ruleta avanza, obligando a perder eternamente. Como los mineros, esos compañeros de ruta que evoca, sigue sendereando tras el oro que lo haga rico “endeveras”. Sus poemas invitan a afinar el oído y enhebran un sutil filosofar. Chiquito da en el blanco: “el juego es hermoso, pero el camino es triste”. Su voz no renuncia al arma afilada de la ironía, siempre lista para rebajar las penas que lo acechan. “Si fuéramos monos/ le pediría a un amigo me despioje las cejas;/ pero lo hago yo mismo buscando de ver claro/ y pensar de otro modo con entusiasmo vivo”. Chiquito, el poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero, hace tiempo que tiene las espaldas a cubierto para que el olvido no lo dañe. La publicación de su esperada Poesía completa (Ediciones en Danza) confirma la radical originalidad de una obra poética que se niega a ser encorsetada en una línea estética y que es tan intensa como la leyenda que se tejió en torno de este alquimista capaz de transformar en oro todas las palabras.

Esa piedra sensible –título de su tercer poemario–, su obra completa, tiene 749 páginas. Incluye desde el primer poemario que Escudero publicó, La raíz en la roca (1970), cuando tenía 50 años, hasta el último Aún ir a unir; veinte libros que llegan, además, con una yapa: siete poemas inéditos. La formación de este poeta no echó raíces en la “ciudad letrada”, a pesar de que cursó estudios de agronomía. Pronto abandonó las aulas para cuerpearle a la vida y entregarse a la travesía de hallar oro en las montañas de su provincia. Pero en ese andar queriendo encontrar las piedras para hacerse rico con el mineral, el tesoro nunca apareció. Chiquito rumbeó con sus manos, sus oídos y su mirada para otros pagos, sin moverse de su terruño. Se empleó como oficinista y dio rienda suelta a otra de sus grandes pasiones, el juego en la ruleta, “tratando de arrancarle algún numerito al futuro”. La edición de la Poesía completa de Escudero (San Juan, 1920) era un viejo anhelo. Cuando Javier Cófreces, poeta y editor de Ediciones en Danza, tuvo los poemas de Chiquito frente a sus ojos, asombrado por el hallazgo, decidió publicar algunos en las páginas de la revista La danza del ratón, antecesora de la editorial.

Una pieza imprescindible de esta maravillosa historia es Rogelio Ramos Signes, poeta y narrador nacido en San Juan pero radicado en Tucumán. Allá por 1985, ansioso por descubrir un autor que le llamara la atención, entró en la librería sanjuanina Palma. Entonces se cruzó con un ejemplar de modesto porte, Le dije y me dijo (1978), de un tal Jorge Leónidas Escudero. Ramos Signes comenzó a hojearlo y tuvo la certeza inmediata de que estaba ante algo diferente. Y lo asaltó un presentimiento, algo relacionado con el olfato o con las “vecindades afectivas”, cuando entre poetas media la amistad. Compró otro ejemplar para regalárselo a su amigo Cófreces. Y no se equivocó. Cófreces supo detectar el lenguaje despojado de gravedades de Chiquito, esa persistente demolición de estereotipos, golpeando palabras y silencios de espaldas a las modas poéticas y a una Buenos Aires que se cree el ombligo del país. A partir de 2001, Cófreces se convertiría en el editor de Escudero. Poco a poco, con el correr de los años y los libros publicados, la obra del poeta sanjuanino circuló en medios del exterior, americanos y europeos. Ayudaron a elevar la espuma del interés las antologías editadas acá –también por Ediciones en Danza– y en México, y el documental sobre la vida y obra de Chiquito, Oro nestas piedras (2008), dirigido por Cristian Costantini, Leandro Listorti y Claudia Prado

"Poesía Completa" de Jorge Leónidas Escudero (por Mariano Dupont para Los Inrockuptibles)






Sola (única) es la poesía de Jorge Leonidas Escudero (San Juan, 1920). Sin generación, sin grupo, sin mentores. Emparentada oblicuamente con cierta poesía del interior, como la del pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Dada a conocer por primera vez en 1970, después de haber madurado al sol, digamos, entre las piedras, en la montaña, en esas notas de minero que, según el relato, Escudero escribía (a la intemperie) para la Dirección General de Minas de San Juan. Sí: el arte sucede (James Abbott McNeill Whistler).
La pasión, entonces, por las piedras, por la montaña. Y atrás (o a la par) las palabras. Las palabras y el juego. La obsesión por las combinatorias, sin duda. Al acecho del pálpito o de la palabra “absoluta”. Pegar el oído (a uno). Y esperar: “Soy el testigo nada más de eso, o sea/ estuve esperando sucediera/ sin saber cuándo/ y de repente la sorpresa me agarró de alivio” (“Hacer el no hacer”).
El oro y el poema reunidos en el juego.
Así, a lo largo de cuarenta años, sin variar demasiado sus tópicos, la poesía de Escudero parecería haber basculado entre dos vertientes aparentemente contrapuestas: por un lado, los poemas conversacionales, anecdóticos, risueñamente campechanos, interpelativos, a veces en segunda persona, veteados casi siempre de aglutinaciones, de elisiones, de aspiraciones, de giros coloquiales del habla del Norte; y por otro, poemas de corte más bien impresionista, muchas veces visuales, descriptivos, con versos articulados, escandidos sobre todo en función de una delicada concepción escrituraria y no apoyados tanto en las veleidades y las modulaciones del habla popular. A veces, esos dos modos, felizmente, se reúnen: “No siai sonso/ me ayer un amigo dijo pará” (“Rumbo al país de donde”).
Cruces, en suma, que han ido conformando el mapa del poeta. Senderos, trayectos, búsquedas. Por un lado, de “la expresión que dé cuenta cabalmente de lo que se siente” (Escudero en el documental Oro nestas pedras). “Salgo a cazar, si puedo, la palabra única/ esa que me desvela y no aparece. Debo/ hacerla mía porque si no/ ¿cómo voy a expresar lo más íntimo?” (“Rompecabezas”). Por otro, del oro. Del oro y la riqueza. Casi siempre es “pura búsqueda y nada” (“Cero”). Pero está, sin embargo, “la alegría de buscar” (“El empecinao”), porque “el juego es hermoso” (“Cero”). Mejor no oponerse, entonces: “porque cuando hay necesidad de un tesoro/ hay que salir a buscarlo y eso es todo” (“Las labranzas de Osorio”). Dobleces, podría decirse, de una misma inquietud.
Y ahí, precisamente, es donde de a ratos parecería querer hacer centro la poesía de Escudero. Lejos de la servidumbre del regionalismo, de su ingenuidad, del afán subsidiario del remedo, de la copia. Pero también a distancia del exceso de “letra”, de “trabajo”, de “escritura”, de la falsedad que anida –siempre– en la poesía oficial.

-JORGE LEONIDAS ESCUDEROPoesía completa(Ediciones en Danza) 764 páginas