Postales en la ciudad de arena
Carola Brantome
Prólogo de Diana Bellessi
Única Mención Premio Casa de las Américas 2004
Al sol cierras tus ojitos de gamuza dulce suave…
Luz de mi corazón,
camino con mi alma errante por los valles
de San Payo, noche de luna en la costa de Pochomil,
lluvia de estrellas en el cielo estrellado de Masachapa.
Tarde de verano vista a través de grandes
guanacastones en una esquina dulce de Managua.
Canto de noche, al descollar el alba.
Azucena. Sed. Vela de mi sueño.
No temo a la noche con vos.
No clamo a las diosas si estás.
Ruta de mi errante camino.
Llové para mí. Hacé luna llena para mí.
Arrullame. Sé mi arroyo en los días de verano.
Dame tu mano entre las candilejas del parque.
Acompañame a ver el mar, el parque de las tortugas.
Hacé azul todo lo que tocás.
Consolame en la desolación.
Reí conmigo. Lluvita mielera.
Mariposa monarca, no te separés de mí.
“Luna lunera cascabelera cinco toritos una ternera.”
De qué bella manera, y tanteando todas las formas, haciéndose dueña del oficio, Carola Brantome construye su propia voz en la voz de la colonia centroamericana de la lengua, y nombra a la mujer que ama nombrando a los manglares y a los tamarindos, los hatillos de cosas, los valles de San Payo y la costa de Pochomil, el cielo de Masachapa y los guanacastones de Managua, “y es mi nombradía para nombrarte / y soy dueña de tu nombre, / y todo lo que en él vive y perece”…
Leí este libro en Cienfuegos, Cuba, en el año 2004, cuando fui jurado del Premio Casa de las Américas, y Brantome era una joven poeta desconocida por mí. Me gustó tanto que peleé por su nombramiento como mención especial, y más tarde no cesé de preguntar por ella cuando asistí a un festival de poesía en Granada, Nicaragua, hace tres años. Allí encontré dos pequeños volúmenes de la autora publicados a fines del noventa y a principios del dos mil, que volvieron a producirme el mismo efecto; obtuve también su dirección de mail y le escribí, así me enteré de que este libro permanecía inédito; ella demoró mucho antes de preguntarme si podía hacer algo por él…
A mitad de Postales en ciudades de arena, aquello que se asoma tímidamente en la primera parte, estalla y toma el comando de la voz. Brantome escribe con tanta sabiduría y tanta inocencia al mismo tiempo, como un río que se va de madre al mar, y nos asombra la mirada oblicua de sus finales, la paradoja que instala constantemente cuando parece cantar perdida, en éxtasis por la belleza de la mujer a la que ama, nombrada en estas postales junto con todo lo que ama de la tierra en la que vive, y de la lengua en la que habla. El objeto amado es así Matagalpa, es Nicaragua, es Centroamérica, y abre una puerta política por donde todos entramos, todos los bárbaros con Brantome mientras más blanda es la música de sus poemas, blanda como el agua y poderosa en la superficie de un aljibe o en la cresta de una ola. Trae algo esta mujer, difícil de hallar en la poesía, y aquello por lo cual la poesía existe.
Mi amigo Javier Cófreces es el que ha podido hacer algo con este libro, es decir, lo ha publicado, y le estaré agradecida por siempre. Ojalá Postales en ciudades de arena encuentre sus lectores, ojalá inviten a su autora a leer en Argentina, donde su vos se encuentre con el dulce vos del Rio de la Plata. Porque no lo dudo, Carola Brantome es una poeta de verdad.
Diana Bellessi
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