martes, 27 de septiembre de 2011

Novedades: Varamientos pampa de Joaquín Valenzuela / Ediciones en Danza 2011

Varamientos pampa
Joaquín Valenzuela






esto tiene que ver con fuego
por más que el trópico se baje las polleras
y  la lluvia llegue a deshora
tiene que ver
con cosas por quemar
nada válido entre los trapos y los títeres
y lo que no pueda llevar
se quedará humo en la casa

voy a acercar todo al fuego con un palo
en el medio del patio
en el medio del mundo
sentada                                                                           
con una botella abierta
de  alcohol de quemar entre las piernas

voy a levantar la casa sola
en el sentido inverso de la construcción
en el sentido de también vaciarla


de nuestras bocas sin querer directo al charco
comer entre las latas da más hambre
caen cáscaras semillas zanahoria
panceta pan el choclo el
puerro blando cae
como una lengua

ahora:
qué tipo de pájaro va a tener que entrar
y a vuelo picar puchero bajo
antes de que lo caído absorba
demasiado aceite
y se vaya al fondo de la
fosa del taller y no se sepa
si son de aserrín o de comida
restos


Novedades: El cine y la poesía argentina (comp. Héctor Freire) Ediciones en Danza 2011

Ediciones en Danza acaba de lanzar El cine y la poesía argentina. Se trata de una antología preparada por Héctor Freire (especialista en cine y literatura) que recoge poemas, escritos por autores argentinos, referidos a la cinematografía. La obra está integrada por 40 poetas y cien textos en los que se evocan películas, directores, escenas emblemáticas, actrices y actores famosos. Es la primera vez que se realiza un trabajo de recopilación de este tipo en el país, aunque experiencias similares ya se llevaron a cabo en Inglaterra, México y España. Alguno de los poetas que integran la antología son: María Teresa Andruetto, Jorge Aulicino, Graciela Cros, Raúl González Tuñón, Joaquín Giannuzzi, Irene Gruss, Mario Trejo, Alfredo Veiravé, Francisco Urondo y Néstor Perlongher, entre otros.
El segmento final del libro, bajo el título de “Voces en off”, presenta una selección de textos escritos por directores cinematográficos con obra poética. Entre ellos figuran: Luis Buñuel, Federico Fellini, Peter Greenaway, Pier Paolo Pasolini, Andréi Tarkovsky y Leopoldo Torre Nilson, entre otros.
La obra cuenta con un ensayo preliminar a cargo de Héctor Freire, quien analiza las interferencias y relaciones entre el cine y la poesía.


El cine y la poesía argentina
Portada original del libro *

 *Por objeciones contractuales, la tapa fue reemplazada por la versión con que se comercializa.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Novedades: Los poemas de Reynaldo Sietecase / Ediciones en Danza 2011






El poeta y periodista Reynaldo Sietecase acaba de publicar en Ediciones en Danza su libro Los poemas. Se trata de una antología que recoge buena parte de los textos que figuran en sus siete libros anteriores, desde Y las cárceles vuelan (1987) hasta Mapas para perderse (2010). El segmento final del libro presenta una serie de poemas inéditos de reciente escritura.
El mismo autor cierra el prólogo de su obra con las siguientes palabras:
Los poemas es un inventario de más de dos décadas de trabajo poético. También un acto de fe. Expresa una actitud y una voluntad. La poesía no tiene posibilidades redentoras pero genera puentes de direcciones múltiples. La poesía no enseña, señala. No soluciona, revela. No calma, desvela. Ojalá disfruten este libro. Ojalá es mi palabra preferida. Reúne deseo e invocación divina en un mismo movimiento de lengua.

Novedades: Crónicas de muertes dudosas de Bruno Di Benedetto / Ediciones en Danza 2011






Crónicas de muertes dudosas
Bruno Di Benedetto
Primer Premio Casa de las Américas 2010





Ana Paula Daumal
Cerro Chaltén, Santa Cruz, 15 de enero de 1992

Las condiciones del pájaro solitario son cinco.
La primera, que se va a lo más alto;
La segunda, que no sufre compañía
aunque sea de su naturaleza;
La tercera, que pone el pico al aire;
La cuarta, que no tiene determinado color;
La quinta, que canta suavemente.

SAN JUAN DE LA CRUZ
Dichos de luz y amor



A mil trescientos metros de altura
Ana Paula Daumal cuelga apenas
de las cuerdas del viento.

Entre violines de espanto trepa Ana Paula,
los dedos de musgo
entrando en la pared sur del Chaltén.
Sursum corda
se repite Ana Paula
y el viento dice que no, dice que no.

Con el corazón no alcanza, dice Ana Paula
y clava los ojos en las grietas
y a la mirada le crecen músculos
jadeos, sudor de luz.

Allá abajo duermen todavía,
como en un nido de nieve,
tres italianos y un español.

Uno de ellos
–no sabe cuál–
le ha entrado en el cuerpo
hace apenas dos horas.
En los muslos siente todavía
los rastros de calor de esas manos desconocidas
y tan necesarias.
Al fin y al cabo todos los hombres son iguales
se ríe Ana Paula
(pero el viento dice que no, dice que no).

Vení conmigo, vení conmigo
había gemido Ana Paula
debajo de los estertores del hombre
que se vaciaba en ella.
Pero él ya se había dormido
sobre pequeña hoguera o pecho de mujer.

Qué raro, pensó Ana Paula,
los hombres vacíos pesan más,
el deseo los hace livianos por un rato,
pero después caen a plomo y se duermen
o se mueren.

Ana Paula empujó con piernas y brazos
buscando el desahogo
y comenzó a vestirse con lentitud de novia
y de caballero medieval.

La montaña es un dragón de hielo
todavía dormido.
Ana Paula se disculpa cada vez
que clava acero en el lomo de hierro:

No te despiertes, susurra Ana Paula
sólo soy yo
sólo soy yo
tu Ana Paula Daumal
trayéndote el fuego.

Prometeo desencadenado
en camino de regreso
arde Ana Paula Daumal:
confunde cóndor con buitre
instante con llanura
cima con eternidad

arde Ana Paula
se quema en el alto puente
donde el deseo de vivir
es como el deseo de morir.

No me vas a matar dos veces, dice
y hunde en la nieve dura
todos los clavos
todas las cruces
–sobre todo una–
del cementerio andino
de allá abajo
en otra montaña
que es y no es la misma
que la mató la primera vez.

Al fin y al cabo
todas las montañas son iguales
jadea Ana Paula
y el viento dice que sí
y el viento dice que no

pero Ana Paula
ya no escucha,
los pies envueltos
en una nube de luz
que se ha encendido de repente:
entre nubes negras
ha venido el sol.

Ana Paula ya no escucha el viento
ni las voces terrestres
que gritan
que no
que vuelva
que ya viene la tormenta.

Los ojos también necesitan respirar
piensa Ana Paula
mientras aprieta fuertemente los párpados
la mirada ahogada en la nube luminosa
que la encierra y la algodona,
diamante de carne endurecida
por la voluntad y el cardumen que el dolor
soltó por sus músculos
como andanada de flechas de plata.

Pero el viento perro
perro fiel
muerde la nube allá arriba y la desgarra
y Ana Paula ve la cima
al alcance de los dedos
y más allá un pozo de cielo
y Ana Paula siente que cae en ese agujero
que no puede más de azul
y sin darse cuenta llega
y siente que la montaña la sostiene
y la levanta
antorcha pagana
sobre las oscuridades del mundo.

Ana Paula sabe que es hora de bajar.
Saca la foto del hombre muerto
y la deja en un pequeño altar de roca y nieve.
Ahora te voy a prestar mis ojos, dice,
para que veas lo que no pudiste ver.

Y Ana Paula mira
y en la mirada hay el doble de brillo
y hay un deseo doble.

Hay silencio alrededor:
la tormenta se ha quedado inmóvil
como un gato antes del salto final.

La mirada de Ana Paula
le pesa
y le dobla las piernas
y Ana Paula aprende,
mientras cae de rodillas:
no se puede sostener a la vez
la propia mirada
y la mirada de los muertos

(porque los muertos siempre piden más).

En la belleza camino
con la belleza ante mí camino
con la belleza detrás de mí camino
con la belleza encima y alrededor de mí camino
todo termina en belleza
todo termina en belleza [1]

Ana Paula Daumal apenas alcanza
a escuchar esa otra voz dentro de su voz
mientras canta suavemente
y se duerme.



[1]    Yeibichai (El camino de la noche), cántico navajo.

Novedades: Postales en ciudades de arena de Carola Brantome/ Ediciones en Danza 2011






Postales en la ciudad de arena
Carola Brantome
Prólogo de Diana Bellessi
Única  Mención Premio Casa de las Américas 2004



Al sol cierras tus ojitos de gamuza dulce suave…


Luz de mi corazón,
camino con mi alma errante por los valles
de San Payo, noche de luna en la costa de Pochomil,
lluvia de estrellas en el cielo estrellado de Masachapa.
Tarde de verano vista a través de grandes
guanacastones en una esquina dulce de Managua.
Canto de noche, al descollar el alba.
Azucena. Sed. Vela de mi sueño.
No temo a la noche con vos.
No clamo a las diosas si estás.
Ruta de mi errante camino.
Llové para mí. Hacé luna llena para mí.
Arrullame. Sé mi arroyo en los días de verano.
Dame tu mano entre las candilejas del parque.
Acompañame a ver el mar, el parque de las tortugas.
Hacé azul todo lo que tocás.
Consolame en la desolación.
Reí conmigo. Lluvita mielera.
Mariposa monarca, no te separés de mí.
“Luna lunera cascabelera cinco toritos una ternera.” 

De qué bella manera, y tanteando todas las formas, haciéndose dueña del oficio, Carola Brantome construye su propia voz en la voz de la colonia centroamericana de la lengua, y nombra a la mujer que ama nombrando a los manglares y a los tamarindos, los hatillos de cosas, los valles de San Payo y la costa de Pochomil, el cielo de Masachapa y los guanacastones de Managua, “y es mi nombradía para nombrarte / y soy dueña de tu nombre, / y todo lo que en él vive y perece”…

Leí este libro en  Cienfuegos, Cuba, en el año 2004, cuando fui jurado del Premio Casa de las Américas, y Brantome era una joven poeta desconocida por mí. Me gustó tanto que peleé por su nombramiento como mención especial, y más tarde no cesé de preguntar por ella cuando asistí a un festival de poesía en Granada, Nicaragua, hace tres años. Allí encontré dos pequeños volúmenes de la autora publicados a fines del noventa y a principios del dos mil, que volvieron a producirme el mismo efecto; obtuve también su dirección de mail y le escribí, así me enteré de que este libro permanecía inédito; ella demoró mucho antes de preguntarme si podía hacer algo por él…

A mitad de Postales en ciudades de arena, aquello que se asoma tímidamente en la primera parte, estalla y toma el comando de la voz. Brantome escribe con tanta sabiduría y tanta inocencia al mismo tiempo, como un río que se va de madre al mar, y nos asombra la mirada oblicua de sus finales, la paradoja que instala constantemente cuando parece cantar perdida, en éxtasis por la belleza de la mujer a la que ama, nombrada en estas postales junto con todo lo que ama de la tierra en la que vive, y de la lengua en la que habla. El objeto amado es así Matagalpa, es Nicaragua, es Centroamérica, y abre una puerta política por donde todos entramos, todos los bárbaros con Brantome mientras más blanda es la música de sus poemas, blanda como el agua y poderosa en la superficie de un aljibe o en la cresta de una ola. Trae algo esta mujer, difícil de hallar en la poesía, y aquello por lo cual la poesía existe.

Mi amigo Javier Cófreces es el que ha podido hacer algo con este libro, es decir, lo ha publicado, y le estaré agradecida por siempre. Ojalá Postales en ciudades de arena encuentre sus lectores, ojalá inviten a su autora a leer en Argentina, donde su vos se encuentre con el dulce vos del Rio de la Plata. Porque no lo dudo, Carola Brantome es una poeta de verdad.

                                                                                                                         Diana Bellessi

Novedades: Resonancias renuentes de Hugo Gola / Ediciones en Danza 2011

Hugo Gola
Premio Nacional de Poesía 2011








El primer poema


Por Hugo Gola


Pasé mis primeros doce años en un pueblo de no más de 3000 habitantes del interior de Argentina. Era un pueblo próspero y miserable a la vez, que fue fundado por un puñado de inmigrantes piamonteses en las últimas décadas del siglo XIX, entre los que estaba mi abuela. Pronto ese pueblo creció impulsado por la energía de sus fundadores que rápidamente tomaron posesión de las fértiles tierras de los alrededores. Habían llegado a “hacer la América” y no cedieron en su propósito.
            En el pueblo no había una biblioteca pública ni privada, no había librería y el único cine existente pasaba películas que no podían atraer a nadie, salvo por la novedad del cinematógrafo. La relación con el campo fue entonces, también para mí, la única escuela –cuyo aporte, me parece, no conviene minimizar. Digamos que el campo y la escuela primaria me enseñaron todo aquello que luego permitió mi desarrollo.
            Cuando me trasladé a la ciudad para iniciar la escuela secundaria empecé a recibir estímulos de otra índole. Descubrí el ambiente urbano y con él la soledad y el desarraigo. Los libros comenzaron a ser mi compañía. Fueron primero una compañía utilitaria: era tanto lo que desconocía como campesino en la ciudad, que sentía urgencia por salir de mi atraso. Tenía reclamos de toda índole y no podía perder tiempo. Tal vez por eso no hay un libro primero y esencial en mi memoria, sino más bien un conglomerado homogéneo que llegó sin discriminación ni cuidado a nutrir mi orfandad y a paliar mi desamparo. Por eso mismo también, nunca leí los libros que suelen leer los niños: yo me salté esa etapa. Tampoco la literatura en general entraba en mis planes, sino sólo aquellos libros que pudieran responder a mis acuciosas interrogantes de adolescente.
            Relacionado con los libros, por necesidad inmediata primero, pasé luego a vincularme con ellos, ya no únicamente por un deseo de conocimiento, sino por el placer que había comenzado a obtener de la lectura. Fui entonces más selectivo y cada vez más cuidadoso y exigente. La poesía entró también en mi repertorio, y con una presencia vigorosa.
            Pero lo extraño es que aún antes de leer nada e ignorándolo todo, escribí algo así como un poema. Yo tenía trece años, y esas palabras que llegaron a mí sin saber de dónde, y que debieron haber sido absolutamente ilegibles, tuvieron una particular resonancia. No sé bien por qué. Desde entonces conservé hacia ese hecho oscuro e inexplicable un cierto reconocimiento: lo consideré algo extraño que yo no debía olvidar.
            El enigma de ese primer suceso, aunque quizás poco significativo en sí mismo, es posible que haya impulsado muchas búsquedas posteriores y haya contribuido a definir algo que me acompaña todavía: la curiosidad por saber de dónde viene esa necesidad, por saber de dónde nace la poesía.
            Por lo demás, así como surgió ese primer borbotón que se manifestó en lenguaje, así ha sucedido siempre con todo lo que he escrito a lo largo de mi vida. Misterioso origen, secreto, imprevisible, no resultado del conocimiento sino consecuencia de una energía que en un momento se desborda, enhebrando palabras con un significado nunca muy claro, aunque siempre revelador.


17

dice el poema
"el fuego quema
esa es la primera ley"
mas uno no lo sabe
lo aprende después
que fue tocado por el fuego
tarde
la lluvia moja
se podría agregar
y el tiempo
el paso del tiempo
arrasa
no hay modo de vivir
al margen
de evitar el fuego
la lluvia
el tiempo
no dejar la piel
en esos lindes
tal vez se aprenda a
ver venir el fuego
a guarecerse de la lluvia
¿mas cómo impedir
que se sumen los días
esa suma y resta subterránea
que al final
todo devora?
esa danza incesante
galopa por la orilla
esa lengua fatal
lame el polvo
que queda en el camino

sábado, 24 de septiembre de 2011

Imágenes puestas en verso /Revista Ñ


“El cine y la poesía argentina” recopila trabajos de escritores que reflexionaron sobre la relación entre cine y palabra.

POR LEONARDO M. D'ESPOSITO


 


La aparición del cine fue un relámpago en cielo claro. Es quizás el invento más extraño y complejo, el que aúna la ciencia y el arte. El cine, como dijera Cabrera Infante, es el arte del siglo (el XX, del que no terminamos de desembarazarnos) y el que creó todos los mitos del siglo. Es interesante porque ese rol, el de fundar mitos, ha sido privativo de la poesía desde el comienzo de la cultura. De allí que los poetas del siglo se hayan sentido fascinados, extrañados e interpelados por el cine, esa competencia que recuperó –al decir de otro poeta y amante del cine, Jorge Luis Borges– el deber artístico del melodrama y la épica.

La Argentina fue un país cinéfilo y el único, junto a los Estados Unidos, que creó una cinematografía que no le debía nada al resto de las artes. Desgraciadamente, ese gran cine clásico nacional, aquel que se inició con el sonoro y se extinguió –con excepciones– menos de dos décadas más tarde, es una especie de ruina arqueológica, una cifra de memoriosos. La poesía, sin embargo, ha persistido, así como la reflexión sobre el encuentro entre ambas artes. Si Joyce, Proust, Eliot, Pound, Hemingway o los cultores franceses del n ouveau roman sabían que el cine cambiaba las reglas de juego para la literatura, no es menos cierto que la propia literatura, y especialmente la poesía, trató de apropiarse de sus modos.

La antología El cine y la poesía argentina (Ediciones En Danza), a cargo del también poeta y ensayista Héctor Freire, tiene el mérito de recopilar trabajos, la mayoría contemporáneos, de escritores que han intentado reflexionar sobre las relaciones entre el arte de las imágenes y el de las palabras. Aunque el autor parece descartar el “cine meramente comercial hollywoodense ” (un equívoco: todo el cine de Hollywood, incluyendo sus mayores obras maestras, es “comercial” en un sentido lato), los poemas incluidos en sus páginas hablan de una fascinación misteriosa e intentan plasmar, cuando no elucidar, tal misterio. Hay la perspectiva social, fenomenológica (González Tuñón); la mirada metafórica donde el recuerdo de un filme articula una experiencia (Jorge Aulicino), la apropiación nostálgica (Javier Cófreces, Alfredo Veiravé), la creación de la palabra a través de la inspiración del cine (Néstor Perlongher) e incluso la perspectiva crítica que, en el propio poema, intenta romper las cadenas de la subjetividad exacerbada (Angel Faretta). Se puede discutir, sin embargo, la posibilidad –lúdica más que técnica– de encontrar procedimientos poéticos que remeden los cinematográficos: después de todo, la poesía del siglo XX aprendió muy rápido (los escritos de Ezra Pound al respecto son iluminadores) que había que revertir el lenguaje a las imágenes (de allí el imagism anglosajón, de allí el ultraísmo español).

Algunos versos son de una limpieza que contagia verdad a todo un poema “(...) y qué bueno disparar un rifle de precisión/imaginario, pero oler a pólvora de verdad” (“La Ley de la Calle”, de Jorge Aulicino); “Nunca tanto estrógeno y progesterona se vieron/recubiertos de la más fina piel de visón.” (“Lana Turner”, de Angel Faretta); “No ames/porque es insoportable” (Eduardo Mileo, “La pianista”); “La patria es una bruma/un árbol desgajado en la memoria” (Beatriz Schaefer Peña, “The Godfather”). Los diferentes poemas del libro (en calidad, más allá del gusto, existen las diferencias lógicas a todo trabajo de este tipo, aunque en general los textos van de buenos a excelentes) operan un extraño milagro: transforman el cine como tema en un caleidoscopio sobre lo humano y la necesidad de comunicarlo creando formas.

En el conjunto, son preferibles aquellos textos que no obligan al lector a conocer ese pretexto de un filme en particular; sí aquellos que intentan establecer una mirada sobre el cine o sobre la experiencia cinematográfica. Dado que permanece como la gran –y única– experiencia estética y artística masiva, que un artista que se asume como tal reflexione sobre ella es invariablemente rico. Sin embargo, incluso en los textos de realizadores incluidos en el apartado “Voz en off ” que cierra el volumen (donde se antologan textos de Luis Buñuel, Jean Cocteau –central: Cocteau fue el poeta que fue al cine y se quedó allí–, Manoel De Oliveira, Federico Fellini, Jean. L. Godard, Peter Greenaway, Yasujiru Ozu, Pier P. Passolini y Leopoldo Torre Nilsson) se lee la perplejidad. Ni la “lucidez profesional” de Godard ni la práctica del haiku de Ozu –el haiku es el bisturí preciso de la poesía– logran transmitir más que un pequeño aspecto de una experiencia que escapa incluso a sus realizadores. Por eso es que esta antología, felizmente, queda incompleta; el cine, como la poesía, mantienen su misterio.