lunes, 26 de septiembre de 2011

Novedades: Resonancias renuentes de Hugo Gola / Ediciones en Danza 2011

Hugo Gola
Premio Nacional de Poesía 2011








El primer poema


Por Hugo Gola


Pasé mis primeros doce años en un pueblo de no más de 3000 habitantes del interior de Argentina. Era un pueblo próspero y miserable a la vez, que fue fundado por un puñado de inmigrantes piamonteses en las últimas décadas del siglo XIX, entre los que estaba mi abuela. Pronto ese pueblo creció impulsado por la energía de sus fundadores que rápidamente tomaron posesión de las fértiles tierras de los alrededores. Habían llegado a “hacer la América” y no cedieron en su propósito.
            En el pueblo no había una biblioteca pública ni privada, no había librería y el único cine existente pasaba películas que no podían atraer a nadie, salvo por la novedad del cinematógrafo. La relación con el campo fue entonces, también para mí, la única escuela –cuyo aporte, me parece, no conviene minimizar. Digamos que el campo y la escuela primaria me enseñaron todo aquello que luego permitió mi desarrollo.
            Cuando me trasladé a la ciudad para iniciar la escuela secundaria empecé a recibir estímulos de otra índole. Descubrí el ambiente urbano y con él la soledad y el desarraigo. Los libros comenzaron a ser mi compañía. Fueron primero una compañía utilitaria: era tanto lo que desconocía como campesino en la ciudad, que sentía urgencia por salir de mi atraso. Tenía reclamos de toda índole y no podía perder tiempo. Tal vez por eso no hay un libro primero y esencial en mi memoria, sino más bien un conglomerado homogéneo que llegó sin discriminación ni cuidado a nutrir mi orfandad y a paliar mi desamparo. Por eso mismo también, nunca leí los libros que suelen leer los niños: yo me salté esa etapa. Tampoco la literatura en general entraba en mis planes, sino sólo aquellos libros que pudieran responder a mis acuciosas interrogantes de adolescente.
            Relacionado con los libros, por necesidad inmediata primero, pasé luego a vincularme con ellos, ya no únicamente por un deseo de conocimiento, sino por el placer que había comenzado a obtener de la lectura. Fui entonces más selectivo y cada vez más cuidadoso y exigente. La poesía entró también en mi repertorio, y con una presencia vigorosa.
            Pero lo extraño es que aún antes de leer nada e ignorándolo todo, escribí algo así como un poema. Yo tenía trece años, y esas palabras que llegaron a mí sin saber de dónde, y que debieron haber sido absolutamente ilegibles, tuvieron una particular resonancia. No sé bien por qué. Desde entonces conservé hacia ese hecho oscuro e inexplicable un cierto reconocimiento: lo consideré algo extraño que yo no debía olvidar.
            El enigma de ese primer suceso, aunque quizás poco significativo en sí mismo, es posible que haya impulsado muchas búsquedas posteriores y haya contribuido a definir algo que me acompaña todavía: la curiosidad por saber de dónde viene esa necesidad, por saber de dónde nace la poesía.
            Por lo demás, así como surgió ese primer borbotón que se manifestó en lenguaje, así ha sucedido siempre con todo lo que he escrito a lo largo de mi vida. Misterioso origen, secreto, imprevisible, no resultado del conocimiento sino consecuencia de una energía que en un momento se desborda, enhebrando palabras con un significado nunca muy claro, aunque siempre revelador.


17

dice el poema
"el fuego quema
esa es la primera ley"
mas uno no lo sabe
lo aprende después
que fue tocado por el fuego
tarde
la lluvia moja
se podría agregar
y el tiempo
el paso del tiempo
arrasa
no hay modo de vivir
al margen
de evitar el fuego
la lluvia
el tiempo
no dejar la piel
en esos lindes
tal vez se aprenda a
ver venir el fuego
a guarecerse de la lluvia
¿mas cómo impedir
que se sumen los días
esa suma y resta subterránea
que al final
todo devora?
esa danza incesante
galopa por la orilla
esa lengua fatal
lame el polvo
que queda en el camino

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